Recuerdo cuando me llamaba a las tres de la madrugada para decirme “te quiero” y contarme que estaba nerviosa porque al día siguiente tenía que pasar una prueba médica para estar lista para correr una maratón.
A Elsa le ponían histéricas las enfermedades y los médicos y las medicinas. Y ella me llamaba para que la animase, para decirle que yo la querría siempre, aunque tuviese todas las enfermedades del mundo. Eso la tranquilizaba y me besuqueaba online, y a mi eso me encantaba. Me derretía hasta convertirme en un charquito de persona en medio de una calle.
Sonreía mientras pensaba en derretirme. Sonreía mientras cogía la lengua (así se llama uno de mis pinceles) y suavizaba algunos bordes antes de comenzar a coger los pinceles canijos de detalle, que anunciaban que la obra iba a finalizar pronto, bien en una exposición bien en la basura.
Cuando pintaba con colores oscuros me costaba corregir, así que esta obra sería lenta. Comencé con una idea de otro mundo, como todas las obras que hago. Mis cuadros son mis sueños, o no. Porque a veces mis sueños parecen más vigilia que la propia vida, y mis cuadros más reales que la irrealidad. Mi pincel pinta lo que hay en mi mente, y no significa que sea correcto o incorrecto, simplemente esta ahí. En ocasiones provoca miedo, porque uno se ve reflejado en aquellos momentos que se escapan a lo que conocemos, a lo que vemos y no a lo que sentimos.
Mis cuadros son mi sentir, las palabras que no digo, las expresiones que no entiendo, las emociones que no vomito. Mis cuadros son mi cerebro expuesto en el mostrador de la carnicería. Mi órgano diseccionado. Mi maquina de pensar repartida entre señoras que van a comprar cuarto y mitad de cerebelo o mitad de cuarto de bulbo raquídeo. Por eso mis cuadros no provocan lo mismo en unos que en otros. Por eso hay quien los odia, y dicen que los pinto estando colocado hasta las cejas de coca. Pero también hay quien los ama, y entiende mi idioma interior, y su alma sonríe cuando algo encaja en su forma de mirar.
Elsa me mira, me ve. No solo mi cuerpo, sino mi ser. Mira y ve mi interior. Así dibujo este sombrero, escondiendo mi parte superior de la cabeza, encubriendo lo más importante y diferenciador que tengo, mi cerebro loco. La echo de menos, y mientras redondeo con el pincel la forma curva del sombrero, pienso en sus curvas también, en como sus imperfecciones desafían la gravedad y vuelve lo plano orondo. Me gusta pensar que es mi pincel el que está rodeando su cuerpo. Aunque nadie se da cuenta que soy yo y ella a la vez, la pintura es mi cuerpo visto de sus ojos, y desde ese reflejo la veo a ella. Esa frescura, ese guiño, esa luz, esa manzana.
Ella es verde, como el azul ultramar y el amarillo que acabo de mezclar para saborearla en el lienzo. Esa manzana son todas sus formas, resumidas en una fruta que fue prohibida una vez y que yo no pararía de morder y comer. Está en mi mente igual que lo estará en el cuadro, está ahí, en cada cosa que veo, en cada cosa leo. Está en lo cotidiano y en lo extraordinario. Siempre latente, siempre de fondo, siempre dulce y amarga.
La manzana verde es mi amor, es mi Elsa, es mi prohibición. Yo soy gris y ella brilla. Yo soy recto y ella curva. Yo soy casi ella, desde que se cruzó en aquel café. Allí la vi, ataviada con aquel vestido azul con una lazada al cuello, moviendo al andar los pliegues de la falda, y aireando el perfume pituitario que se clavaba en la amígdala para llevarme al lado más animal. Ahí debí huir cuál gacela, y decidí atacar cuál felino salvaje. Opté por vivir la vida, por darle un giro a lo que había y tentar la gracia del destino. No puedo decir que salió bien o mal. Sólo se que la amo y que está frente a mi nariz. Si además respiramos el aire de la misma habitación veo algo que en ella florece. Elsa se ramifica, es una manzana verde con ramas pegadas a su pedúnculo, con hojas brillantes como su piel encerada. Por eso la pongo ahí, para que no se me vea la cara de panolis, la cara de idiota enamorado. Manzana verde al frente.
Solo dibujé manzanas en la escuela de arte, después me he dejado llevar por la pereza y por una mente selectiva que me prohibía hacer frutas torneadas. Ahora mi muñeca gira haciendo sus redondeces, como si fueran aquellas partes de su cuerpo aún sin explorar. Aún nos quedan citas con risas y llantos; aún nos quedan botellas de champagne caro por descorchar; aún nos queda hacer postres con la manzana que representa Elsa, aún nos queda sacar el máximo jugo de esta interacción incluso para llenar contenedores de sidra embotellada.
Dándole aún más brillo a las hojas de manzano, pienso en el contraste. Le doy vueltas, mientras respiro esencia de trementina, a lo que la vida me ha traído, a lo que la vida me ha invitado, y lo que yo he cogido de lo que me ha brindado. En este caso he cogido el fruto del amor y la lujuria. Y como aún no puedo gritarle al mundo lo que quiero a Elsa, al menos lo divulgo en este dibujo. Yo con mi manzana verde, yo con mi amor, yo con mi frescura, yo con lo que me da aire cada día. Yo conmigo y con ella.
Este cuadro dará que hablar, porque Elsa está presente. Y yo quiero que se sepa, de manera sutil, que sepa que estamos casi juntos. Y es mejor así, que solo los inteligentes sepan interpretar mi obra, que solo los que leen o los que me conozcan, vislumbren que la manzana verde es Elsa. Porque este mensaje, al igual que el resto de mis cuadros, va mas allá que un simple oleo, va más allá del bonito o feo. El arte de pintar lo eterno, así lo llamo yo.
¡Qué tarde es! Apenas me ha dado tiempo a pensar en añadir más guiños hacia ella. Sólo la corbata colorá, alimentando con más luz y con la fuerza que ella tiene. Esa fuerza que hace que yo esté pintando a las 12:00 y hasta que mi percha aguante. Esa fuerza que brota de mi hasta mi muñeca, y dirige la orquesta de las obras de arte, vendidas, adoradas o en curso. Esa fuerza es Elsa, es la manzana, es el amor, es la realidad en un cuadro irreal.
Qué interesante sensualidad y deseo de amor fusional te inspiró este cuadro. Gracias.
I'll never see that painting in the same light, thank you!