Javier respiraba con dificultad, su corazón martilleaba sus oídos mientras se enfrentaba a Sergio, el cabecilla de la organización. Los ojos de Sergio, fríos y calculadores, se clavaron en los de Javier con una mezcla de desafío y desprecio. El uniforme de Javier revelaba lo que había, miedo. Un atuendo de Guardia Civil impecable, como solo podía ser si era tu primer día de salida a la calle como suboficial, y unas manos hechas de barro, sin fuerza y temblorosas. Estar frente aquel capo de la droga, y que la resolución de esta trama de plantaciones y venta de marihuana llegara a su fin, dependía de su destreza mental y corporal. Continuamente se le pasaba por la cabeza que no servía para este puesto, que no era la persona adecuada, que los “malos” eran más listos, y que él era un blandengue, como cuando era pequeño. Sacudió la cabeza para evadirse de sus mierdas, y miró al propietario de toneladas de cogollos, que parecía estar esperando tras sus pensamientos de duda.
—¿Crees que puedes detenerme? —siseó Sergio, con una sonrisa torcida—. Este "jardín" no es más que una pequeña parte de lo que realmente tenemos.
El ambiente era de la densidad de un dormitorio al amanecer, con cierto olor a hierro por la sangre del suelo y toques de acidez por lo avinagrado del sudor. El hedor humano cargado de adrenalina, llevando los cuerpos a la máxima temperatura y rigidez y agudizándoles el oído. Se podían sentir las vibraciones en el aire de las aspas de los helicópteros, y las notas graves de los gritos de los agentes, resonando en la distancia. Era como el escenario de la obra de teatro de Navidad del cole. Uno vestido de corderito y otro de pastor, existiendo solo ellos en ese portal de Belén.
—Sergio, tu culo está cagando ya en el talego—replicó Javier.
Con una rapidez que le pilló por sorpresa, Javier se lanzó hacia adelante, inmovilizando al líder antes de que pudiera reaccionar. Recordó el segundo día de entrenamiento en la academia cuando fue noqueado varias veces por el mismo compañero usando una ingeniosa técnica. Repitió sus movimientos y dieron el resultado esperado en este caso real.
Sus compañeros rodearon la escena, y ayudaron a levantar aquel cuerpo todo abotagado de granos, sangre y orín. Mientras Sergio era esposado, Javier sintió que su vista se nublaba, el crecer sus nauseas, y la fusión de sus piernas con el suelo. Tocó su hombro y se arrancó babeando una jeringuilla. La siguiente ocasión en la que abrió los ojos, escuchaba el pitido del aparato de constantes vitales y le cubría el olor a desinfectante, y resonó la angustia de su garganta.
—Era Ketamina—dijo el doctor mientras entraba en la habitación con un Ipad en la mano —Te han puesto tanta que casi te convierte en vegetal. Pero te has librado. Solo queda ver si tienes alguna secuela, pero descansando y haciendo reconocimientos rutinarios, espero que no haya más que un mal viaje.
Javier entendió que le quedaba poco tiempo allí y miró el móvil para comprobar que sus compañeros de la Guardia Civil habían acabado con aquel primer trabajo de campo. Además de las felicitaciones de su equipo, había un mensaje de Lucy, disculpándose por un problema familiar repentino y pidiéndole espacio-tiempo.
Lucy había aparecido en su vida y en sus sueños mientras dormía la mona. La conoció mientras ponía una denuncia en el cuartel, por el robo de una furgoneta. Se encontraron después en la calle, charlaron y hasta ahora. Hacía apenas 4 meses, pero estaba en su mente todo el rato, ocupando sus ilusiones por asentar su vida y formar un hogar. El mensaje le rompió un poco, ya que quería verla y aprovechar esos momentos que correspondían a su recuperación.
A los pocos días, estaba ya en casa haciendo el informe del caso. Y fue entonces cuando revisando los archivos, decidió saltarse la baja domiciliaria e ir hasta la celda de Sergio. Su corazón estaba totalmente dañado en ese momento, la ira y el miedo al rechazo, a la mentira y al dolor le rodeaban como una manta de sofá.
—¿De qué conoces a Lucy? —preguntó a Sergio al otro lado de la celda.
—¿Si te digo que lo que más me gusta de ella es el lunar que hay en su muslo derecho? — dijo mientras soltaba una carcajada a bocanadas— Si, picoleto de mierda, Lucy es de este lado de la calle. Es del lado en el que se viven las cosas a tope, y en el que el riesgo te da adrenalina. Es del lado en el que 5 minutos son millones o juicios. Y por la cara por la que me miras, pienso que incluso no te crees que ella quiere sacarme de aquí e irnos juntos a Bali, aún piensas que se ha enamorado de ti y que soy yo el engañado. Eres la representación gráfica de subnormal profundo, y el típico pardillo listo para los libros y tonto para la vida. Lo único que has hecho bien es esa llave que me dejó “KO” en la plantación, lo demás es mierda, chaval. Así que Lucy te ha usado.
Entendió que la denuncia que Lucy había puesto era de una de las furgonetas que transportaban mercancía para Sergio. Entendió cuando su profe de educación física le decía lerdo. Entendió lo que era estar hundido a pesar de un éxito.
Con la cabeza hinchada de dolor y traición se fue a aquel café donde habló por primera vez con Lucy, y que tanto habían visitado después. Allí sentado y con los ojos reteniendo las lágrimas. Vio un mensaje de un numero desconocido.
“Se que has estado viendo a Sergio. Y por increíble que te parezca, estoy enamorada de ti y quiero una vida contigo. He aprovechado todo lo que ha ocurrido para quedarme con parte de la producción. Habéis incautado 32 toneladas pero de las 20 que no habéis recuperado, me he ocupado yo. Con lo que me he llevado puesto, podremos vivir esta vida y otras 10 más, juntos. Tengo dinero suficiente para que te olvides del uniforme y hagamos lo que siempre hemos deseado. Esos viajes y esos placeres. Elígeme y elige vivir, o elige la dignidad y la rutina para siempre. Espero tu respuesta antes de coger el siguiente vuelo en 6 horas”
—Un chupito de Macallan, por favor—pidió al camarero levantando el brazo— Comienza la fiesta.
Mas, por favor!