En el París africano (II)
Una esponja fresca tocaba mi sien. Acompañaba este momento el recorrer de un río ardiente desde el cuello hasta la intersección del pecho, provocando un mareo de borrachera de viernes. Entendí que la sangre la produjo el golpe al desvanecerme. Sentí la ropa mojada, por lo que habían pasado solo unos minutos sin control, sin defensa.
Aún con los ojos cerrados, mi cuerpo volvió a recordar lo que había ocurrido, viniendo una arcada a la garganta. Regresó ese momento en el que media lengua de Jean saltó con un halo de sangre estilo cometa. Ese trozo de carne turgente y rojo, se precipitó en la pantalla de cine de mis pensamientos, dibujando una parábola como las que formulaba mi profe de física en la pizarra. Y a su vez, de la forma más imbécil y caótica, me entristecían las croquetas de cocido que habiendo amasado y cocinado, estaban esturreadas por el suelo. No entendía como la celebración de la última entrevista en París para el puestazo de mi vida, se viese salpicado por el resultado negro de un juego.
Llegó a mi ese miedo cuando mi madre me gritaba, “¡Haz la cama! ¡Recoge el dormitorio! ¡Pon la mesa!. Ese miedo al no cumplir con lo establecido, a no ser una buena chica, y a asumir las consecuencias de ser libre a ratos. Eso de que si te sientes feliz, tiene que ser compensando con algo que te entristezca. Es lo que menos soportaba de la vida, el equilibrio de la felicidad. Y ahora estaba pagando en una ventanilla de Hacienda moral, la deuda por gastarme miles de euros en unos Manolos, en cinco botellas de Ruinart y en una habitación con jacuzzi en el hotel Brach con alguien que había conocido hacía unos días.
Cuando recogí la lengua con la toalla de tocador y metí una servilleta para parar la hemorragia en su boca, casi me da algo cuando vi que las iniciales bordadas del hotel quedaban perfectamente colocadas. Me saltó un pop up en la cabeza, como un anuncio del hotel que dijese “Ven a hacer el canelo a este lugar, podrás partirle la lengua a tus ligues, que nosotros nos mantendremos firmes, como nuestro logo”. Llamé a recepción y un inglés afrancesado pude entender que la policía y la ambulancia estaban de camino. Yo no podía quedarme, no podían descubrir lo que había ocurrido. Debía escapar de allí.
(continuará)