En el París africano (III)
Al escuchar las sirenas de la policía, pasé a vestirme. Jean asentía con la cabeza, insinuando un:
-¡Mejor escapa!- mientras sujetaba con la toalla sanguinolenta su trozo de lengua .
Cortar la lengua de un tío que acabas de conocer, es algo que se queda ahí, en la moqueta y en el cerebro. Pero también puede quedar una mancha en el curriculum de vida.
Mi lío con Jean comenzó poco después de la entrevista. Me quedé absorta con el edificio de Axway en La defense. Todo tan recto, ordenado, y limpio, y de repente piel africana, altura, pelo natural y deportivas, optando a pillar el mismo taxi que yo. Podría ser muy atractivo, pero yo no cedo a la belleza, solo a la razón. Aún así me descuartizó cuando me miró retirando sus gafas de sol, sonriéndome con un:
-Perdona, pero yo estaba antes.- dijo en un castellano gangoso.
¿Yo tenía pinta de española? ¿Cómo podía ser? Me derretí a la par que me enfadé. Pero mostró una parte de su corazón o quizá de su inteligencia, instigándome a compartir taxi. Me explicó que podríamos compartir carrera si alguno de los dos destinos estaba de paso del otro. El que tuviese el trayecto más largo pagaría al taxista. Luego un whatsapp y un bizum, y asunto cerrado. Viendo Google maps, yo me bajaría primero.
Durante el camino, conectamos charlando sobre mi entrevista, mi familia, el día de mi boda, su esposa, la casa de la playa en La Faute-sur-mer, nuestros sueños. Antes de llegar al Brach, le pedí su teléfono para hacerle el ingreso correspondiente.
Hice el check-in y me dispuse a grabar su número. Sonreí cuando vi que en su estado de whatsapp aparecía una foto de mi asiento del taxi, ahora vacío, mencionando las palabras: Fantastique coïncidence. Incluso pensé que todo era una treta para conseguir mi número. Decidí pues atacar. Hacía años que no hacía este tipo de cosas.
Continuará…