Varios meses sin escribir, pero con muchos temas en mi cabeza. Hoy me ha llegado esta palabra japonesa, HENKO. Y he reflexionado sobre ella.
Comparto.
Hace unas semanas, comenté en una conversación las posibilidades que tenemos de cambiar, y como nos conformamos o justificamos, diciendo “yo soy así”, incluso a la defensa de alguien que queremos y que en alguna ocasión nos pone la cara roja, y volvemos a argumentar con un “ella o él es así”.
Es sencillo dejar de crecer y anquilosarse en lo malo conocido. Lo trabajoso es descubrir qué nos viene de atrás y nos ha convertido en la barrera que a veces somos para otros. Esas barreras o errores son los trampolines de cambio, de interpretar qué ha pasado y tirarse a la piscina de la evolución. La impresión del agua fresca, que es darse cuenta, ya es duro, pero empezar a nadar, es el punto de inflexión. No dejarse llevar por el agua sino navegar hacia una versión mejorada.
Resetearse es todo un arte, y en ocasiones nos avergonzamos. Y hablo por mí, de aquella ocasión en la que fui una borde, o de aquella en la que no tuve en cuenta el cómo se sentía mi interlocutor, o esa otra en la que no actué por pereza, o en la que me dije que retirar un grano de arena no extingue el desierto. Llámalo pereza, llámalo ego, llámalo miedo.
Hay algo que yo hago antes de dormir. Reviso en qué me he equivocado, o si no he hecho algo de forma adecuada. Si tengo dudas, pregunto al día siguiente y pido perdón, pero casi siempre está claro qué energía se ha producido tras una conversación, tras una decisión, tras una “no acción” no adecuada. Así que guardo mi ego en la mochila azul y voy a tumba abierta mostrando mi vulnerabilidad, porque lo que ha ocurrido es protegiéndome de algo que me da miedo, pues yo voy y lo suelto. Y desde ahí empiezo a nadar, aprendiendo sobre mí, cuidándome también, y curándome de mis propias críticas, que no son precisamente delicias turcas.
Y si tengo que compartir algo que me ha funcionado para ponerme a nadar, es hablarme a mí misma como yo hablo a los demás. Con el cuidado que tengo con alguien cercano que llega con un problema, y quiere que le eche una mano. Dicen que eso se me da bien, pero nunca lo aplicaba conmigo misma. Pues funciona quererse. Mucho.
También pienso, que cualquier crecimiento personal más o menos doloroso, no tiene vuelta atrás, ya es otro camino. Y cada paso que damos tiene millones de bifurcaciones, millones de decisiones, millones de oportunidades para vivir lo que nos toca de forma diferente, dependiendo de nosotros de nuestros trampolines, de nuestras piscina, y de nadar hacia un “yo” mejor.
Por cierto, HENKO es una palabra japonesa que se refiere a un cambio transformador en el que no hay posibilidad de retorno al estado inicial. En muchas ocasiones supone un avance muy grande en nuestro crecimiento personal y una prueba de que somos capaces de apostar por nosotros, siendo reflejo precisamente de este acto de valentía.
Aunque ahora que lo pienso mientras tecleo, todo lo estoy llevando a un desarrollo desde una experiencia que deja herida, podría decirse, negativa. Pero a veces los puntos de inflexión son positivos, esos momentos en los que te ha llegado aire fresco de algo que has conseguido, de un trabajo bien hecho, de una declaración de amistad, de amor, de gratitud… Eso también te hace evolucionar, ¿no crees?
Me confieso negacionista de la zona de confort, quizá porque mi empeño es crecer sin que me duela. Pero ya se que si no salimos de la comodidad de mi “yo” actual, no habrá un “yo” más maduro.
Así que me rindo a que crecer duele, como las agujetas de los brazos cuando llevas unos meses sin nadar. Nademos pues.