No es muy habitual que esté de rodillas, y menos aún en una iglesia. Me he criado en una familia católica, pero escapar de mis vergüenzas allí donde ese señor está en una cruz detrás de mí, es espeluznante.
La frialdad del suelo me bloquea el cerebro y me hace creer que estoy soñando. No puedo pensar, no puedo ir más allá de lo que siento ahora mismo. Me duele, me duele la cabeza, me revienta no saber que hago aquí, con mis tatuajes, con mis medias de red, con mi chupa de cuero, con mi pelo a medio rapar. Soy alternativa, soy distinta, soy la leche, y ahora sin memoria.
Este espacio me es familiar, me resulta incomodo y conocido a la vez. Es como cuando conoces a una persona y no te cae bien. Eso es esta iglesia, un lugar de culto conocido y vomitivo.
Ahora me esta recorriendo un sudor frío, desde las rodillas hasta la nuca, casi me caigo, me mareo, llegó a mi el pensamiento de que no recuerdo nada del día de hoy, no se que me ha ocurrido. Solo se dónde estoy, sé quién soy también, pero no, no, no, no, no sé qué hago aquí, no se cómo he llegado a estar de rodillas, aquí con mi guitarra rota al fondo del altar, destrozada.
Estoy aquí en medio de este largo pasillo arrodillada, pudiendo divisar a mi izquierda la vidriera y a mi derecha la cúpula. Giro mi cabeza y veo como la luz tamizada de los vitrales del fondo, se tumba suave sobre los bancos de madera, y proyecta un baile de colorines en las gélidas paredes y suelos de mármol. Esas olas me recuerdan a la película El fin de los días con Arnold Schwarzenegger corriendo delante de aquella catedral que se va destrozando paso a paso tras él.
Sacudo la cabeza para volver al momento presente y girar la vista a las 12 columnas de mármol que sustentan la majestuosa cúpula. Es un coloso de mármol que alcanza el cielo desde la tierra, que en otras circunstancias me invitaría al deleite de tal obra hecha por el hombre hace años, pero que hoy rechazo porque vuelvo a sentir las nauseas de no saber, de no entender.
Entre mis aguados ojos veo los frescos pequeños del lateral izquierdo, son como fotogramas, en los que hay escritos en números romanos. Pero llama la atención algomás grande, una estatua, que parece querer susurrarme algo.
Es blanca, de mármol blanco, y de forma inmaculada. No veo imperfecciones, me da miedo mirarla los ojos, me da miedo su pureza. Es un ángel, su rostro sereno y sus alas extendidas están a punto de alzar vuelo. Y la luz caprichosa, juega en su superficie, dibujando sombras suaves que parecen empujarle a la vida, y a salir volando. Volando como yo deseo salir de allí y mirar desde lejos ese lugar tan extrañamente conocido.
Mis ojos buscan los del ángel. Se encuentran. Y mis manos tiemblan al contemplar su infinito, como si revelase sabiduría que trasciende el tiempo. Como si la espada que porta en su mano derecha brillase para amputarme un tesoro corporal. Esa justiciera artesana es una buena balanza, sin favoritismos al revisarme, sin saber qué hagosino lo que soy y me merezco.
Aparto la mirada para salvarme de la catástrofe y veo los alineados bancos de madera. Pienso en quién los limpia y los coloca perfectamente, como un psicopata del orden y la higiene. Imagino a ese alguien que mide los centímetros desde los bordes hasta las baldosas del pasillo central. Esealguien que hace que la alineación sea impecable. No no no, no me está invitando a sentarme, no me sale de mis rodillas ir hasta allá, hasta los bancos y pensar la razón de mi estancia en este hotel cristiano.
Me mareo de nuevo, y caigo boca abajo sin perder la consciencia, sin embargo, no puedo levantar mi tronco, y ahora miro los bancos y la iglesia desde otra perspectiva. Veo las entrañas de ese lugar, esos mocos y chicles pegados en los bajos de los bancos. Miro ese techo hacia el cielo que hicieron los albañiles de este lugar. Esa delicia arquitectónica que me tiene atrapada sin poder moverme, sin poder fumar, sin poder comer, sin poder pensar.
No me puedo mover, pero ¿por qué?
Mi cuerpo me pesa, sobre las rodillas más, porque este suelo de piedra abullonada me parte las rótulas. Veo que son rectángulos casi idénticos, unos 20 desde el fondo hasta el altar. Hay cosas escritas en un idioma que no entiendo, pero si comprendo que pueden ser tumbas, entonces estoy sobre una, aunque esta es distinta, es de color rosa, un mármol rosado. Esas letras que no puedo ver porque sin las gafas del astigmatismo se me emborronan las palabras, esas palabras parece que tienen una frase al principio. Y parece que hay un nombre largo, con dos apellidos de similar longitud. Ese nombre es, es, es, es el mío.
Estoy muerta, por eso no me muevo, he venido a la iglesia a morirme. Lo he recordado, es aquí en esta iglesia donde hice la comunión. Es aquí en Copenhague donde se casaron mis padres y quisieron celebrar bautizos y comuniones de la familia… y es aquí donde estoy enterrada. Aquí donde casi me crié. Pero hay algo que no me encaja, como es este color de mármol tan rosado.
Un momento, estoy en un sueño, eso es, estoy soñando, tengo un sueño, y ahora soy consciente de él. Si, por fin ha vuelto tras unos años. Es un sueño lúcido. Lo compruebo, poniendo mi anillo de casada en la otra mano. Es perfecto porque en la vida real no encaja, no me entra, y aquí si. Bien, juguemos a soñar. Juguemos a volar hasta lo alto de la cúpula.
Desperté, mierda.
Y con esta penumbra de mi habitación de la casa de verano, me alegro de estar viva, y de recordar casi en pesadillas la iglesia de mi pasado. Es como si en el sueño Dios me hubiese pateado el culo para hacer algo. Y así ha sido. Me voy a ver a mi madre que es su cumple. El inconsciente al servicio del consciente, y yo obviándolo toda mi vida. Espero volver a este lugar onírico pronto, porque quiero volver a sentir el frío de ese mármol para despertar del piloto automático de la vida.
Woooow!!! Thank you very much for your comment.
I’ve liked the idea of the stone and the water 😉
It’s always a big pleasure to have fantastic readers like you.
And now you remind me of my life of sin. Of Sister Mary Edwards, and her penguin suit that made me laugh on the football pitch with the other kids. Of getting kicked out of the confessional line for laughing at the person who went before me, confessing their sin "of turning in homework late". Bring on the cold, cold marble and memories of a lifelong past. Thoughts about my little boy lighting every candle in the church to remember his friends that he left behind at another school. My friend, still, after 60 years, Father Doug, now retired and happy with the people he has helped. Good thoughts and memories, all provoked by your Blog. BTW, I was on the beach in Brighton last week and I threw a stone into the water to watch the ripples and I thought of you spreading joy with your blogs. Thank you, Sagra.