Cuando ella me contó que en un viaje de trabajo había atropellado a un niño, pero que cree que no le pasó nada, tensé el cuello. Añadió que es algo que la atormentaba por haberlo guardado en secreto, pero que se le pasó hace años. Lo compartió con una de sus parejas, y eso la hizo soltar bastante.
¿Cómo categorizarlo? Es difícil. Es un secreto con un ingrediente que altera la tranquilidad, que puede tener consecuencias en otros al no haber actuado de la manera correcta. Pero, ¿Qué secreto no los tiene? Se podría decir que son secretos de tipo A. Son de esos que al recordarlos, te viene una palpitación y unos arañazos extra en el estómago, dependiendo donde sientas tú la ansiedad.
Estos secretillos son como pedruscos en la mochila de experiencia, de esos que pesan, que van rodeados de equivocaciones. A veces aparecen porque has sido infiel a tus valores, por no levantar la mano y declararte culpable. También porque siendo justo harás daño a tu imagen, cambiará tu entorno de trabajo, social, familiar. Entonces prefieres callar guardando el secreto de algo que en otras circunstancias, sin tener miedo, cantarías.
Luego están los de tipo B, aquellos en los que no quieres hacer daño a terceros, en los que es mejor ocultar la verdad. Desde una entrevista que estás haciendo para otra empresa, y sin embargo en la actual tienes un jefe muy majete, pero no quieres hacerle daño comunicándole que posiblemente le pongas los cuernos con otra empresa.
Cuando escribo cuernos, me doy cuenta que todos los tipos de cornamenta entrarían en el tipo B. Y no solamente de pareja, también con amigos, haciendo la cobra a la quedada en el bar de tapas, porque prefieres quedarte sopa en el sillón de casa mientras lees un libro de cerámica. Aunque el cansancio y el dolor de cabeza tienen recurrencia en general para todo, es una buena excusa llegada una edad.
Estos secretos de tipo B, se guardan porque rompen creencias sociales, rompen lo correcto, remueven lo estancado, y eso de generar contracorrientes no está bien visto. De ahí, lo de guardar el secreto.
También están los tristes tipo C, los trágicos. Esos momentos en los que te han dado una mala noticia, como un despido, como una enfermedad, como una ruptura de pareja, un maltrato, un acoso, un abuso…
Son dolorosos, y siendo cierto que compartiéndolos nos encontraríamos mejor, es verdad que las victimas prefieren guardar a sus depredadores en un cajón, o bien no quieren desprenderse de lo que eran antes, de ser jefe, de ser marido o mujer y de estar sano.
El cambio de estatus, el abismo al que te enfrentas ante esto, es tan grande, que es mejor no hablar de ello.
Añado a la ecuación unos secretos que me flipan, los de tipo D. Son aquellos que son graciosos, que son para gastar una broma, para dar sorpresas, para comunicar algo importante, para cambiar de vida a mejor, para promocionar en el trabajo, para tener un bebé, para casarte, para comprarte un coche o una casa, para todo aquello que marca la vida en positivo, bajo los cánones de la sociedad.
Y por último los de tipo S, con S de sueño. Cuando sueñas con conocer a alguien, cuando sueñas con montar tu propia empresa, cuando sueñas vivir en otra ciudad, cuando sueñas vivir de tu pasión… pues eso, cuando sueñas. Y no lo cuentas porque según a quien se lo proporciones, pues te puede devolver una risa o un apagamiento del sueño, y puede disipar las esperanzas de que se cumpla. Por eso los de tipo S, preferimos lucharlos, dormirlos y cuando estén a punto de brotar, gritarlos.
Todos tenemos secretos, y estamos mejor en la vida, dependiendo de qué tipo sean. Es mi clasificación no científica, y no la más eficaz, pero al menos me ayuda a ordenarlos en mi mochila.
¿Y tú? ¿Cuántos secretos llevas en la tuya?
Unos cuentos pero la verdad que cada vez menos. Gracias por ser como eres