¿Perdí la cabeza, o un riñón?
Los que me conocen dicen que no tengo miedo a nada, pero aquel verano del 2019 fue distinto. Decidí ir a Kenia de voluntaria a una ONG. Un día alquilamos un velero pequeño a unos muchachos de allí. Ellos nos ofrecieron comer en el barco, nadar en playas desiertas y visitar una aldea de la costa por la que no habían pasado los años. Bajamos del barco empujando todos hasta que quedo encajado en la arena. Allí nos esperaba una especie de guía, un señor bastante mayor, con el pelo blanco contrastando con su piel oscura. Paseamos conociendo a los artesanos del lugar, carpinteros y alfareros, nada espectacular. Bordeamos el centro de aquel pueblo y todas las calles parecían las mismas, además no se localizaba la costa, estaba todo rodeado de palmeras y con menos altitud en el interior, una especie de laberinto. Después de cuarenta minutos mostrándonos la decadencia keniata, nos llevó a la casa de un aldeano por si queríamos ir al baño. La puerta tenía trozos de otras puertas y rematada con trozos de chanclas, daba más asco que curiosidad. Seguí entonces las indicaciones hasta llegar al aseo. Crucé un pasillo con la pared llena de collares, vestidos, bolsos, sombreros, bañadores, como restos de un naufragio, hasta llegar a un fondo oscuro con un muro negro y un agujero lleno de mierda. Hice lo que pude allí para no tocar nada mientras meaba. Salimos de allí y volvimos a dar vueltas. De pronto yo vi la puerta de las chanclas otra vez. ¡Dios mío estábamos dando vueltas! ¡Nos estaban despistando! ¿Por qué? En mi mente, ralentizada por el calor, pero llena de adrenalina, recordé cada calle, y les dije al grupo: ¡Rápido, al barco, seguidme, rápido, no preguntéis! ¡Muy muy rápido! ¡Joder voy muy en serio!. Era difícil orientarse, no había norte ni sur, el sol estaba justo encima, no había cobertura. Había que llegar al barco o no volveríamos. Llegamos tras varias vueltas. Mi memoria no me falló. Cuando empujamos el barco para salir de allí, los muchachos nos dijeron, que si no nos había gustado la aldea, ya que algunos turistas se quedan a pasar la noche y ellos se van, luego cogen otros barcos para volver. En ese momento mi cara empalideció aún más a pesar del calor. Todos me preguntaron histéricos qué ocurría. Yo les dije mirando hacia ese pueblo: Tráfico de órganos.