La historia de Sofía y su divorcio estaba envuelta en sombras y secretos. Aunque la luz de la experiencia cercana a la muerte les había revelado una oportunidad única, también había desenterrado recuerdos oscuros. Sofía había estado casada con un hombre llamado Carlos. Su matrimonio había comenzado como un cuento de hadas, risas, viajes y sueños compartidos. La única pega, aunque por aquel entonces para ellos no lo era, fue su diferencia de edad, Carlos era 13 años mayor. Era muy atractivo y apasionado, dejando a su mujer con la que llevaba casado 10 años, en el primer mes de conocer a Sofía.
La luna de miel se torció unos años antes de tener a Marta. Él sentía celos hasta del aire que respiraba Sofía cuando salía de casa. Tras pasar por un cáncer de colon y superarlo, él no era el mismo, tenía miedo que ella pudiese enamorarse de otro más joven y sano, pensando que la vida le estaba devolviendo aquello que él había hecho en el pasado. Por lo que se convirtió en alguien controlador, quitando espacio a su pareja ante cualquier tiempo de disfrute, revisando su vestimenta, vigilando su móvil, oliendo su ropa y poniendo un detective privado. Se obsesionó tanto, que cuando ella quedó embarazada se alegro que su cuerpo perdiese la turgencia de la juventud y ganase kilos, más que el hecho de ser padre. A pesar de ello, siguió teniendo celos aún con una tripa de 8 meses, pero se atenuaron bastante sus ataques amenazantes.
Volvieron a tener una buena época hasta que Marta cumplió 10 años, pero después, poco a poco, y con una gran recaída física de Carlos, la autoestima cayó y el hogar se tornó a jaula. En una ocasión en la que Sofía tuvo una cena de empresa y regresó a las 3 de la madrugada, él la empujó y cayó de espaldas dándose un golpe en la cabeza con el pico de una cómoda. Marta lo vio todo, y empezó a entender a la vez que llamaba a emergencias con sus pies encharcados en la sangre de su madre.
Tras hospitales, terapias de pareja, ausencia de abrazos y miradas cómplices, ella le pidió el divorcio. Y él amenazó con el suicidio, y es de lo que murió según lo que reveló su cuerpo tras la autopsia, aunque la verdad era muy distinta. El día después de haberlo firmado, ya viviendo solo en un piso sin sus chicas, lo encontró muerto la señora que iba a limpiar y planchar los martes.
Hubo un whatsapp de despedida escrito a familiares y amigos antes de morir, contando su desolación, su frustración y su mal hacer en los últimos años. Pero su muerte fue una venganza, ya que Marta tenía grabado todos los malos momentos de sus padres, tanto el control, como las llamadas, como el empujón y la sangre, como la sensación de estar sola. Todo por culpa de su padre y tenía que pagar por ello. Según su terapeuta, el hecho de no poder tener ni un novio más de un mes, era por su niñez y adolescencia, era por su padre maltratador, y no podía más. Y aquella noche decidió ir a visitarle a su piso, enfadada por las exigencias y tardanza del divorcio y por lo que su madre había llorado en los últimos años. Una discusión hija- padre, y bienvenida la violencia y rabia retenida durante siglos, bienvenida la justicia por su mano, bienvenida la policía que aprueba oposiciones y no distingue un asesinato de un suicidio. Bienvenido el posible odio de una madre a una hija por matar a su ex-marido. A ese hombre al que un día amó y que amaba aún, porque no dejó de darle oportunidades como una victima más.
¿Quién merece volver a la vida? ¿Una hija justiciera pero sangre de tu sangre? ¿Una nueva pareja que te ha demostrado el verdadero amor? ¿O quizá salvarse a si misma como merecido descanso de su ex-vida?
La voz resonó de nuevo en el bosque: “Vuestra decisión debe ser unánime. ¿Quién merece volver a la vida?”
El tiempo se agotaba y Sofía se aferraba al momento del nacimiento de su hija y a la muerte de su ex-marido.
Tenía agarrada la mano de Adriana, tan fuerte que esta notó su tensión, sintió que su nueva pareja no tenía nada claro qué hacer, eso significaba que no era prioridad, ni ella ni Miguel. Tantas mentiras a lo largo de su vida, y ahora defendería la verdad, aunque llena de dolor.
(continuará)