Solo uno puede vivir (III)
Adriana estaba angustiada, recorrió su cuerpo el miedo al rechazo que llevaba cargando desde niña, y que vio incrementado en su paso por la cárcel. Sofía no conocía nada de esta parte de su vida, no pensaba que merecía la pena contarle que fue juzgada y declarada culpable de estafa en Innovatech, que era su empresa.
Fue años atrás, tras unas vacaciones de verano Sofía en las que recibió un correo electrónico intrigante. El remitente se hacía llamar “Samuel García”, un supuesto inversor interesado en la empresa. El mensaje decía: “Estimada Sofía, soy un empresario extranjero con una oferta irresistible. Necesito transferir 1 millón de euros a su cuenta para invertir en Innovatech. A cambio, recibiré el doble en ganancias, y una parte podría ser suya. ¿Está interesada?”
Este dinero aparecería como el mejor de los regalos, cuando todo iba mal en casa, y cuando no pensaba en un divorcio por no tener suficiente pasta. Si esto iba en serio, se podría ir al lugar más lejano y ofrecerle otra vida a su hijo Miguel fuera de España.
Dijo que sí a esta locura, y empezó a quedar con Samuel para urdir el plan y poder sacar el máximo beneficio posible. Al principio quedaban en cafeterías, lobbies de hoteles… pero empezaron a alquilar habitaciones, y de igual forma empezó un enamoramiento asociado a la futura riqueza y vinculado a una pasión guardada en un cajón hacía años.
Estaban liados y eran cómplices de estafa. Tras 3 meses de planes y lujuria, llegó el momento del golpe y tras darle al “enter” en su portátil, Sofía se percató que quizá había cabos sueltos que no habían tenido en cuenta. A los 3 días estaba detenida y nadie conocía a Samuel, era inventado, no existía. Aunque el ser humano era real, ella había estado con alguien, del que incluso podría decirse que se había enamorado. Este ser la había traicionado, ese Samuel, que en realidad era Carlos, la engañó en cuerpo y mente.
Su hijo Miguel que nunca se separaba de ella sufrió una depresión durante los juicios y su posterior condena. La visitaba a la cárcel 4 días a la semana y no paraba de decirle que no podía vivir sin ella. El padre de Miguel había vuelto a Argentina, su país, tras encontrarse solo, sin fuerza, con un hijo demandante y con la oportunidad perfecta para decir adiós. En esta soledad que le arropaba casi ahogándole, Miguel se volvió un ser extraño, distante con las mujeres y con los hombres. De ahí cualquier persona que se le acercaba a intentar ser cordial, él las rehuía de forma diplomática. Esta herida dejó la cicatriz de la virginidad en él, y ahí estaba en ese limbo entre la vida y la muerte, sin haber conocido ni el amor ni la pasión.
Tras 2 años en la cárcel, Adriana descubrió el nombre real de su cómplice, se llamaba Carlos, tenía una esposa que se llamaba Sofía y una hija llamada Marta. Tras cumplir la condena, fue a recuperar su dinero intentando conquistar a la que fue la mujer de su amado traidor. Pero la sed de dinero no fue tan fuerte como la sed de amor, y todo se mezcló en una turbia espiral, donde había amor, venganza, dinero y necesidad de ordenar el pasado. Aunque surgieron 2 caminos a elegir, o arrebatarle a Sofía hasta el último céntimo, o dejarse llevar por el amor a una mujer maravillosa. Tal cual contaba lo de la virginidad a su madre entre las rejas, clavándose en ella como puñales cada palabra que tuviese que ver con la infelicidad de él.
En consecuencia, Adriana veía bien quedarse en aquel limbo con Sofía de la mano, sin pensar en nada terrenal, sólo en el futuro descanso. De esa forma podría darle la vuelta a la vida a su hijo, a ese ser que no conocía la alegría del amor, a ese ser que no había exprimido aún el camino.
-!Miguel debe salvarse!- Gritó desesperada Adriana
-Un violador no debería estar ni este mundo ni en ningún otro- Respondió Marta con sus ojos estaban inyectados en sangre por el odio más profundo.