Solo uno puede vivir.
La lluvia, la curva, la música y un terraplén, fueron la causa de la muerte de Adriana, Sofía, Miguel y Marta.
Las ocupantes de los asientos delanteros eran Adriana y Sofía de 43 y 47 años respectivamente. Estaban separadas de sus maridos desde hacía años, y la lógica era pensar que eran amigas de desamor y que el destino agridulce las había unido para apoyarse. Aunque eran pareja desde hacía unos meses, y este era un viaje construyendo una nueva familia.
Miguel era el hijo de Adriana y su anterior pareja, un chico modosito que no había conocido el amor estando a punto de comenzar la universidad, sus amigos le llamaban el mosca, por no decirle mosquita muerta. Miguel odiaba a Marta porque era la hija de aquella mujer que había enamorado a su madre, y que probablemente tendría tanto pecado como ella.
Marta era la hija de Sofía y su ex, una chica rebelde, con mucha energía masculina y muy manipuladora, odiaba a sus padres por la separación y a veces estaba muchos meses con uno, se cansaba y se iba otros cuantos con la otra. Y así recibía caprichitos continuamente. Marta pasaba de Miguel, ni le miraba a la cara, como si este fuese el causante del nuevo lesbianismo de su madre.
Tras los impactos que el Mercedes recibió hasta pararse, tras un breve balanceo se escuchó un pitido con música gangosa, que cada vez se agudizaba más y más. Cuando este se hizo prácticamente insuperable, los 4 pasajeros aparecieron en el interior de un círculo entizado en la tierra de ese bosque mirándose agarrados de las manos. ¿Estaban muertos? ¿Vivos? ¿Qué era aquella rara sensación de estar sin dolor, y a la vez inquieto? ¿Qué hacían allí?
Se miraron y se abrazaron, notando cada uno de ellos una sensación fría, de poco contacto, un roce sin piel, una agradable y desagradable experiencia. Comenzaron a llorar y gritar porque no entendían que ocurría, incluso eran incapaces de atravesar el circulo y dirigirse a otro lugar.
Dejaron de mirarse cuando un resplandor potente y parpadeante les cegó sus ojos postizos. Esa luz cálida les habló, mientras todos con su mirada hacia la tierra escuchaban como si fuese el mensaje del presidente de US.
-Queridos, ha habido un error, este accidente debía ocurrir en otro momento, lugar y con menos ocupantes de esta familia. Por eso estáis aquí, donde el tiempo se detiene, donde hacemos un paréntesis para tomar decisiones que en el mundo se llaman experiencias cercanas a la muerte, donde damos tiempo a sentirnos como seres entre aquel lado que llamáis vida y este lado que llamáis muerte y en el que yo curiosamente habito. Debido a este error, podéis salvar a alguien, ya que vengo a conceder una vida en el lado terrenal a uno de los cuatro, pero solo uno, solo uno tendrá un regreso digno a la vida. Tenéis un tiempo escaso, este terminará cuando el circulo del suelo desaparezca. La decisión de quién sobreviva debe ser bajo consenso, y basándoos en la persona que más merezca volver a vivir tras este accidente.
La luz se apagó y no hubo conversación, solo miradas. Miradas que contaban las dudas que ocasionaba este dilema. ¿Salvo a mi hijo o salvo a mi nueva pareja? ¿Cómo le sentará a mi nueva pareja que no quiera salvar a su hijo? ¿Qué pasa si yo me quiero salvar?
Sofía propuso escuchar la historia de cada uno, para poder ser más coherentes con las votaciones de estos seres vivos en peligro de extinción.
(continuará)