Eran las tres de la madrugada cuando sentí que alguien me agarraba del pelo por detrás en plena oscuridad.
Intenté soltarme tirando hacia adelante, como si fuese una mula de carga y tuviese un gran remolque. Pero notaba una gran tirantez, que no cedía con mis envistes. Sentí como el sudor recorrió mi espalda y como mis esfínteres cedían a soltar lo que estorbaba para poder huir. Tenía tal nudo en la garganta, que pensé que se me habían pegado las paredes a la glotis.
Me preguntaba cómo era posible que alguien hubiese entrado en casa de mis padres, no éramos ricos. Las nauseas afloraron, quizá era yo la recompensa, o bien sexual, o bien mortal. Hice un recuento mental de quiénes sabían que esos días estaba sola en la casa vieja. Me sonaba haberle comentado algo a Miguel, un drogata que quería besuquearme a toda costa la noche anterior en el concierto. Quizá se habría pasado con el alcohol y Dios sabe qué más, y había ido en mi busca. Tampoco sería difícil colarse por la terraza.
Entre sollozos esperaba con mi cuero cabelludo llevado al infinito, a que una mano cerrase mi boca y mi nariz, impidiéndome gritar. Fue entonces cuando solté un alarido hasta que mi garganta no pudo más. Añadiendo palabras como suéltame, quién eres, qué quieres. No hubo respuesta, no hubo nada, ni tan siquiera un movimiento o un sonido. Sólo había silencio y calma, tras cada grito y tras cada envestida.
Empecé a llorar con la respiración entrecortada, acordándome de los consejos de mi hermana con respecto a los pintas que me acompañaban algunas noches de fiesta. Casi sentía que me merecía ese mal momento para aprender de lo que los mayores me advertían. Lleve mis manos al pelo con la intención de tocar a quién me tenía agarrada. No hubo acción alguna. Con la oscuridad quizá no hubiese advertido que mis brazos se movían. Entonces deslicé mi mano derecha hacia atrás y toqué algo frío metálico, un cuchillo quizá. Un pitido llegó a mis oídos y mis piernas empezaron a temblar, ya no podían sostener mi miedo, me iba a desvanecer.
Tras escuchar un portazo desperté, era de día. Miré rápido hacía atrás y vi la puerta de la terraza dando golpes por el viento y mucho pelo en el suelo.
Mi agresor se había marchado o quizá nunca estuvo allí.
¿Sueño o realidad? Hagan sus apuestas.
Escalofriante !!!! Me he imaginado la escena