Entrenando.
Todo pasó del negro al rojo. Había una cortina de terciopelo tapando la claridad del andén. Un mareo aprisionaba su frente y una mano estaba bajo su brazo tirando tan fuerte hacia arriba que temió desprenderse de él como el de una estrellita de mar.
Intuyó haberse colado en el hueco del andén al tren al bajarse, se notó atrapada de cintura para abajo, su maleta abierta con todas sus escondrijos al descubierto y un charco de sangre frente a su nariz, justo al nivel donde quedaba el suelo.
Quién tensaba su extremidad era el portador de un olor dulzón contundente, con una bufanda de pelos sueltos y flecos que rozaban su cuello. Era un señor que usaba uno de esos perfumes que se quedaban en el entrecejo y no pasaban de ahí, porque si lo hacían provocaban arcadas de elefante. Hubiese vomitado, pero decidió ayudar al oloroso señor y salir de allá, paso previo a ser víctima de una fotito en alguna red social, donde en el post se leyese algo como “la tonta que nunca escuchaba”. La tonta que se ponía los airpods antes que el avión despegase, esa idiotaque obviaba que había una separación importante entre el vagón y el andén en las estaciones en curva.
Al incorporarse, el rojo volvió a ser negro, y como si pasase un segundo, del negro pasó a blanco brillante. Pensó en la crianza de malvas cuando atisbó esa claridad, pero oyó el “pi, pi, pi…” hospitalario. Y una muchacha en prácticas que hablaba como una muñeca de los años 90, leyó el informe donde le contaba casi por un megáfono, de que a pesar de la edad, y del golpe, el feto estaba bien.
¿Feto? ¿Embarazada? ¿De quién? Fueron sus primeras cuchilladas mentales.
Ahí se percató de que llevaba 4 meses sin acordarse que era hembra y un cosquilleo húmedo recorrió su cuerpo desde los dedos de los pies hasta la coronilla, aderezado con un buen surtido de nauseas, sudores, parpadeo y tsunami de agotamiento.
¡Preñada! ¿Cómo le era posible no haberse enterado? ¿Cómo había descuidado su futuro de tal forma? ¿Qué sería de su proyecto? ¿Y de su pareja recién estrenada y perfecta y del que podría asegurar al 99% que no era el padre de la criatura?
Le apareció en su cabeza la cara de Julio Iglesias en la portada de una revista, con el titular “Julio se hace la prueba de paternidad para despejar dudas”. Aunque la cara era la de Marco, su ligue actual.
Antes de dar con la frente en el suelo de la estación,bromeaba con su amiga al teléfono: “Tía, ¿Qué quéhago? Entrenando. Jajaja, nooo, que en tren ando. Eso, que voy en el tren. Y si Marquitos es mi alma gemela, tiene unos defectos adorables, y además le gusta también Vetusta Morla, y sus intenciones parecen sanotas. Puedo decir que es el amor de mi vida, al menos hoy, puedo decirlo.”
¡A tomar vientos lo bueno, bienvenido lo malo!- dictaba su mente. A ver cómo explicaba todo esto cuando durante estos 6 meses de relación ideal, le había vendido que era perfecta, le había ofrecido el escaparate intachable de su ser y para nada le había mostrado sus sombras. Sombras que a veces salían hasta las 8:00 de la mañana sin acordarse a veces ni dónde vivía. Sombras que la llevaban al peor de sus agujeros, y que la hacían odiarse por las mañanas. Sombras que ahora eran nubes negras merecidas sobre su existencia.
Tocando la venda que cubría su frente y apoyándose en las paredes, arrastró los medicamentos intravenosos hasta el baño. Allí volvió a perderse, parecía haber roto aguas, pero era sangre, evidentemente aunque le habían dicho que todo estaba bien, pago la novatada y vio como la angustia vieja se iba y llegaba otra distinta. Estaba abortando. No lo había hecho antes, pero el cuerpo lo sabía. Respiró con una media sonrisa de futura madre asesina, y a la vez como librándose de la mayor carga que había tenido jamás. En 10 horas todo había terminado y todo había vuelto a empezar, el GPS había vuelto a su cerebro y aunque con dolor de alma, todo iba a ser como ella había previsto, al menos hasta que volviese a viajar en tren.